Cajones y cajoneras.
En el primer cajón los calzoncillos, como debe ser, y en el segundo las bolas de medias durmiendo como pollitos rechonchos blancos y negros. El tercer cajón, infinitamente más rico en historias, fue dueño de bombachas, fotos, collares, pulseras, drogas, preservativos, cartas de amor, secretos y tesoros escondidos, pero también fue el único en quedar completamente vacío.
Mi curiosidad infantil devoró cajoneras enteras, sentía una excitación prohibida, casi sexual, mientras inspeccionaba en busca de algo que pedía a gritos ser encontrado, algo que vibraba todo lo que puede vibrar un objeto inanimado, algo que me llamaba con cada una de sus micro partículas magnéticas pidiendo auxilio. Y yo escuchaba el mensaje a través de un receptor distorsionado y cavaba con mis manos mínimas en la avalancha de relojes pulsera sin pilas, almanaques viejos de verdulería, cosméticos, papeles importantes y demás escombros.
Es fácil adivinar en qué cajón están los cubiertos, al menos en la casa promedio de una familia argentina promedio, con ingresos promedio, ideas promedio, hijos promedio, felicidad promedio, amor promedio, infidelidades promedio, miserias promedio, realidad promedio.
En el living de la casa de mi abuela María, donde viví hasta los siete años, había un mueble mamotreto típico de hogar humilde, pero digno con mucho esfuerzo, del Gran Buenos Aires. El protagonista del mueble era un portarretratos plateado con una foto en blanco y negro del abuelo Ángel, no lo conocí, murió joven. En un segundo plano se organizaban un coro de ángeles de cerámica, recuerdos de la costa, ceniceros casi vírgenes, elefantes sosteniendo billetes, souvenirs, etc. El mueble tenía también dos cajones pequeños, en uno esperaba el batallón de los cuchillos y en el otro el de las cucharas y los tenedores. Eran el ejército de elite reservado para – una ocasión especial – según decía mi abuela. Parece ser que esperaban el ataque de alguna mirada enemiga que iba a juzgar a su oponente únicamente por la calidad de sus cubiertos. Pero la batalla nunca llegó y yo soy testigo de que esos soldados inmaculados se convirtieron en los guerreros de terracota del barrio de San Martín.
Hace unos meses encontré una cajonera abandonada en un volquete y me la llevé. Es la primera vez en mi vida que junto un mueble tirado en la calle. Tiene cuatro cajones, arriba dos más chicos, les sigue otro un poco más grande, no mucho más grande pero sí lo suficiente, y culmina en un cajón obtuso. Se podría decir que es una cajonera esbelta, debe tener sólo unos veinticinco centímetros de ancho, pero es alta, unos noventa centímetros. Una cajonera que se para, que se estira. Cuando la encontré estaba toda sucia, como tenía que ser para que después disfrutara tanto limpiándola. Los primeros días la dejé tan mugrosa como cuando la encontré, estorbando contra una pared, todavía no me hacía cargo, no asumía la paternidad. Hasta que una tarde optimista de sábado agarré un balde con agua y un trapo y la limpié, despacito, como quien le da un baño a alguien que se está recuperando de un accidente. Recorrí cada rincón, extraje los cajones, la desmembré para reconocerla y volver a armarla, para ensamblarla finalmente en mi vida.
En las tardes nublabas post lluvia de principios de verano, necesariamente nostálgicas y con perros ladrando desganados a lo lejos, se me antoja abstraerme hasta vislumbrar mi conexión con el mundo en forma de monstruosa cajonera. En aquel cajón guardo los buenos amigos perdidos, mirá, ese es Julián, cómo nos divertíamos. En este tengo los primeros besos, Natalia, Andrea, Julieta, Romina, Silvia. En otro puse los besos más lindos, los besos en el mar, los besos interminables, los besos tiernos, los besos de despedida, los besos de reconciliación. Y así lo fui ordenando todo. Ahí vas a encontrar a los Simpsons. Ese tiene estrategias para ganar al chinchón. Acá metí todo lo que sé de comunismo. Algunos duele abrirlos, otros cuesta cerrarlos. Palabras con la letra a: Amor, Amistad, Ácido. Peluches a los que les puse nombre: Tanesco, Pepe, Baba. Colectivos en los que pasaste mucho tiempo. Las mujeres con las que tuviste sexo. Localidades balnearias de la costa atlántica. Noviazgos de verano. Quemaduras jodidas con el sol. Recuerdos lindos, recuerdos feos, recuerdos mixtos. Gaseosas, publicidad, enfermedades, miedos, obsesiones, deseos. Todo prolijamente empaquetado, etiquetado, categorizado. Pero es una ilusión, una estructura gigantesca y caprichosa, una torre de mi mismo armada con cartas plastificadas que se caen en una catarata caótica de ideas y recuerdos, ahogando toda posibilidad de dar forma a lo que es etéreo.
4 comentarios:
el momento mágico cuando te topabas con algo único, te llenaba de adreanlina y por más tonto que fuera el objeto, te sentías dios.
glorioso post.
(escrito desde uno de los cajones un martes antes de ir al laburo)
Usted está en el cajón de los amigos señor, y en la cajonera de las personas que me amplían las cajoneras.
q hermoso post, escribís sublime y poeta! beso!
Sin embargo debajo de esa catarta,
imitando a la vida como un papel tapiz que se le pone a las cajoneras, estás vos, tranquilo y a full a la vez, y eso está buenísimo ariel.
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