Palomas y adoquines.
Otro cigarrillo más. Le dolía la garganta hacía más de un mes, del lado izquierdo. Además hacía varios días que venía sintiendo la lengua abultada y una incomodidad que se esparcía por toda la cara. La sombra de una paloma lo atravesó de lado a lado y vio una señal: era el momento para dejar de fumar. Tomó el cigarrillo entre el dedo mayor y el pulgar y a modo de catapulta lo mandó a volar.
En la mesa de al lado había dos señoras hablando. Una abrazaba un perro chiquito con moño celeste y la otra tenía un tic insoportable en la boca, cada cinco segundos apretaba los labios en un intento arrugado de beso. La del perro llevaba un saco de piel, o imitación piel, color negro. La del tic estaba teñida a medias de rubio amarillento.
_ ¿Dónde vas a parar? – preguntó la del tic - ¿En lo de tu mamá?
_ No sabemos todavía – respondió la del perro (acariciando el perro).
_ Pero se van otra vez a Miramar, ¿no?
_ Sí, vamos a pasar las fiestas allá.
Claro que iban a ir a Miramar y a la casa de su mamá, es lo mismo que hacen todos los años, tantos años que ya es impensable dejar de hacerlo. La mujer del tic lo sabía perfectamente y preguntaba solamente para dañar. Lo hacía por envidia, nada más. Ella no iba a Miramar, ella no iba a ningún lado. Ella no tenía saco de piel (o imitación piel). Ella tenía un tic.
Estaba fresco para sentarse afuera, pero ahí se podía fumar. Había elegido la mesa con más sol, hasta miró al cielo y calculó el movimiento de este a oeste para encontrar el mejor lugar. Terminó el café con leche con medialunas y encendió inmediatamente otro cigarrillo. ¿Qué sería ese dolor persistente en la garganta? ¿Se le había hecho tan rápido un cáncer?
Las señoras terminaron sus cafés y llamaban insistentemente a la moza - ¡Señorita! ¡Señorita! – La del perro calmaba al bicho que ladraba, descontrolado, a un contingente canino arrastrado por un paseador. La otra envidiaba que su amiga le invite el café, envidiaba el perro, envidiaba la frondosa billetera con la que hizo el gesto de “yo pago”.
El también pidió la cuenta, la moza pasó con billetes en la mano e hizo un ademán de ya vuelvo. Estaba vestida con un delantal con el nombre del lugar bordado en el pecho. Se nota cuando alguien no está feliz, y esta chica no estaba feliz. Era una de esas personas a las que no se les adivina la edad, da lo mismo que sean jóvenes o viejas.
En la esquina de enfrente se paró una señora alta y gorda. Vestía una pollera negra hasta el piso y saco color rojo. Buscaba algo en la cartera, un encendedor. Ni bien lo encontró encendió gustosa el cigarrillo que esperaba entre sus labios. Pitó y quedó envuelta durante segundos en una nube que se llevó el viento.
Algunas palomas picoteaban entre los adoquines, como la calle es cortada las palomas corren menos riesgos, entonces la esquina se llena de picoteos despreocupados. De vez en cuando pasa un auto y todas van a parar a un árbol. Es plena primavera y los palomos andan de plumas hinchadas persiguiendo a sus novias, pero para ser primavera hace frío.
Todos los días se sentaba en ese barcito a leer, a mirar, a pensar, a fumar. ¿Hasta donde puede llegar su cabeza? ¿Por qué le da tanto miedo? ¿Por qué la tiene que frenar? ¿Qué es la inteligencia? ¿Por qué la inteligencia se parece tanto a la locura? ¿Por qué le da vértigo?
Un hombre dobló la esquina a pasos largos. A veces la oscuridad que acarrean las personas es algo viscoso que da asco en la parte superior de las fosas nasales. Y si se los tiene demasiado cerca hasta se puede sufrir de un pequeño cosquilleo en la punta de la nariz, como si estuviéramos borrachos.
El sol tomó un giro no calculado y empezó a hacer frío de verdad. Además ahora había un poco más de viento. Es raro el aire, toda esa sopa de moléculas libradas a las temperaturas. La pasta suave en la que vivimos y hacemos vibrar tirando una infinita combinación de cuerdas para volver a pedir: ¡La cuenta!
La chica volvió con un pequeño papel insertado en un clavo de metal que a su vez estaba soldado a una base brillante (el típico cosito donde empalan los tickets). ¿Alguna vez fueron atravesados por un metal? La sangre tibia en las manos, el pánico, la desesperación, el dolor, la aceptación, el frío, las cosas para decir, las ideas, el amor, los recuerdos.
¿Cómo dolerá un cáncer? ¿Será posible no culparse? Quizás si no hubiera fumando, si no hubiera tomado esas drogas, si hubiese usado protector solar, si no me hubiera sacado esas radiografías, si no hubiese comprado esa estufa con PCB, si los productos de China tuvieran mejores controles, si me hubiese ido a vivir al campo.
¿Y el SIDA? Si hubiese usado forro, si no me hubiese metido con esa mina, si no fuera tan tonto, si no la hubiese cogido, si me hubiese querido más a mi mismo. Sumémosle a esto que le pasaste la enfermedad a otra persona y multipliquémoslo imaginando que esa persona es el ser amado. ¿Se puede vivir con esas ideas?
La palomas seguían picoteando la coyuntura de los adoquines hasta que pasó una moto y las asustó. ¿Es cierto que los adoquines los hacían los presos? ¿Habrá adoquines hechos por un joven inocente que murió injustamente en la cárcel? ¿Cuál será? ¿Se verán distintos? ¿Se puede ver en el adoquín si el que lo picó era culpable o inocente? ¿Cómo pica adoquines un asesino?
La moza volvió con el vuelto en la mano y dejó la plata arriba de la mesa (un billete sostenido por una moneda). El Agarró el vuelto, dejó la moneda de propina y se levantó entumecido de la silla. Ya no calentaba el sol, la tierra había girado, y su mente se fue por una galaxia inundada con naves del hiperespacio tripuladas por robots y humanos.
¿Cómo se da cuenta uno cuando la vida se le está yendo a la mierda? ¿Se siente? ¿Qué pasa si hay un agujero negro imaginario que nos absorbe hace años y ahora lo sentimos más cerca que nunca? ¿Se puede salir si el agujero está tan cerca que ya no es imaginario?
Prendió el último cigarrillo del paquete y sintió una vez más que ese cigarrillo iba a ser realmente el último. – No fumo más – pensó – y no voy más a ese barcito, me tiene cansado. – Metió la mano libre en el bolsillo y se fue a pasos largos en dirección incierta.
5 comentarios:
angustia
angustia
angustia
y el final me hizo reír demasiado.
me gusta mucho como escribís! salu2
y al final del relato, una sonrisa sarcástica en mi boca.
Me gustó.
Y viene un nene corriendo, corriendo fuerte, espanta a todas las palomas que salen volando escandalosamente....y dice: "baaasta de palomas y adoquines, queremos la reforma institucional" (es pro proyecto de ley para la privación legítima de la libertad de las palomas callejeras).
Es cierto, suena inútil, ridículo y represivo, pero después de lo que estuve leyendo, fue lo primero que se me ocurrió para decirte que quiero que subas algo nuevo al blog...
Bueno, en realidad yo no, el nene de las palomas.
Si es por mi, que las palomas anden por donde quieran, incluso si les pinta conocer La Plata, las palomas son paisajísticas.
Te mando un beso-té (con tono anaranjado, que no es lo mismo que naranja y que no tiene nada que ver con el té de saquitos, más sí, con el té en hebras).
Hasta pronto
maru.-
Excelente!!! Saludos
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