27.11.07

Nunca es tarde.


Llegó a las cinco y nueve, tenía turno y diez, tocó el portero, 11 B (de bueno) y del otro lado –Sí, ¿quién es? – con indiscutible voz de psicólogo. Acto seguido el ritual de siempre: tocar el timbre del encargado para que le abriera la puerta del edificio (CERRAR CON LLAVE LAS 24 HORAS), saludar agachando sutilmente la cabeza –Buenas tardes – y agradecer repitiendo el movimiento –Muchas gracias – Después botón llamando al ascensor, abrir y cerrar dos puertas plegables, botón para subir al once, una mirada rápida al espejo, las dos puertas otra vez, botón rojo para la luz del pasillo, otro botón para el timbre, puerta que se abre, apretón de manos sometido a instrumentos de medición y una vez ocupados los lugares estaban listos para empezar.

Creo que la primera vez fue el lunes, tenía que juntarme a las once de la mañana con un amigo por un trabajo que estamos haciendo juntos. Me desperté tarde, no escatimé tiempo en la ducha, centrifugué y colgué la ropa, desayuné tranquilo y fui caminando. Llegué a las once en punto. A la noche había quedado en ir a la casa de una amiga, le dije diez y media sabiendo que iba a llegar más tarde. Estuve un largo rato eligiendo y retocando fotos para subirlas al blog, cuando miré la hora era tardísimo, igual perdí algo de tiempo en perfume, desodorante y arreglos de último momento (la chica me encanta). Y media en punto estaba en su casa con dos películas en la mano y una sonrisa compradora.
El martes entregué un trabajo a tiempo, dije entre las cinco y las seis, me lo tomé con exagerada calma pero cinco y media lo estaba enviando (me pagaron bastante bien). A la nochecita iba al cine con Leo (mi mejor amigo). Pese a mis mayores esfuerzos llegué perfecto para la función, hasta tuvimos tiempo de comprar pochoclos. Leo aprovechó mi puntualidad para recordarme que siempre lo hago esperar y que soy un desconsiderado. Los pochoclos estaban medio húmedos, igual los monopolicé para molestar a Leo, la película era buena.
El miércoles no tenía nada planeado para la mañana así que dormí largo y tendido, me despertó el teléfono al mediodía –Le informamos que su cuenta registra una deuda pendiente por pesos ciento sesenta – era una máquina con voz de mujer para informarme que iban cortar el teléfono. Me había quedado sin efectivo y no podía sacar más plata con la tarjeta, necesitaba estar en el banco antes de las tres. Pedí una milanesa con puré –Sí, y mandame una coca de seiscientos también, Vuelta de Obligado 2442, sexto ce (de casa), con veinte pesos, muchas gracias –. El puré estaba rico, es raro que el puré de delivery sea rico, la milanesa estaba más o menos. Después de comer armé un porro y lo fumé perdido en Youtube. Cuando me quise dar cuenta eran más de las tres, chau banco, chau teléfono. Estuve cinco minutos más tirado hasta que mi letargo se interrumpió de un salto, agarré los anteojos negros, la billetera y llegué al banco dos y media.
Cuando salí del banco abandoné la negación y empecé a sentir algo demasiado parecido a la locura y entré en pánico. Compré el primer reloj que se me cruzó, un despertador rojo bastante grande que vendían en la calle, y llamé a Gaby, un amigo que trabaja cerca de casa –Tres y media te paso a visitar, no, no pasa nada, tres y media estoy ahí, beso –. Puse el despertador a las tres treinta y entré en un acuario. Miré los peces, el reloj, las tortugas (re lindas), el reloj, burbujas, el reloj (faltaba un minuto), las ranas tropicales, el reloj y, para mi horror, cuando volví a levantar la cabeza ahí estaba Gaby, sentado detrás del mostrador y rodeado de parlantes y equipos hi-fi.
–Hola Gaby -.
–Hola meeen, ¿estás bien? -.
–Sí… Estoy bien.
–¿Seguro? ¿Qué hacés con ese despertador?
–Nada.
Pi pi pi pi, pi pi pi pi, pi pi pi pi. Me fui sin más explicaciones, tiré el despertador en el primer tacho de basura y paré en un kiosco a comprar agua, me estaba ahogando. La quiosquera se dio cuenta de que algo pasaba –¿Te sentís bien lindo?–. Pensé en pedirle ayuda pero mentí: –Sí, todo bien, gracias, ¿tenés pajitas?–. El agua me devolvió un poco de realidad: dos palomas, caca de perro, cordones de vereda, árboles, baldosas, agua podrida, adoquines, la puerta de mi edificio, llaves, ascensor, dos Valium y a la cama.
Esa noche tuve un sueño maravilloso, viajaba en tren con una mujer a la que amaba profundamente, ella se recostada en mis piernas, yo le acariciaba la cabeza y miraba por la ventaba. Era una mañana hermosa.
El jueves me desperté a las siete sintiéndome feliz, hacía meses que no vivía la mañana. Salí a comprar naranjas para hacer jugo, mermelada, manteca, queso blanco y pan “tipo casero”. Fue uno de los mejores desayunos de mi vida, sin conversaciones internas, sólo el mundo en la ventana. A las diez empecé a llamar por teléfono. Arreglé con mi hermana para ir a almorzar, todavía me sorprende que chicas de doce años tengan celular. Hablé con Cami (mi mejor amiga) para juntarnos a la tardecita a tomar unos mates. No lo encontré a mi viejo pero le dejé un mensaje cariñoso proponiéndole un asado para el domingo. Saludé a mis ex compañeros de trabajo y les prometí que pasaba un rato a visitarlos. Y por último llamé a mi amiga (la chica que me encanta) y la invité a cenar. Ella iba a cocinar, yo compraba el vino.
Llegué en punto a todas las citas, la pasé bien, me reí. Tuve una charla increíble con mi hermana, es una de las personas más sensibles e inteligentes que conozco. Después me junté con Camila, sacamos unas fotos buenísimas y recordamos por qué somos mejores amigos. Pasé a saludar a mis ex compañeros y conseguí un trabajito interesante. A la noche comí rico, tomé un vino genial y vivimos un paréntesis de ternura con la chica que me encanta. Ella se durmió apoyada en mi pecho (tiene carita de nena) y yo le acaricié el pelo hasta que me perdí en mi sueño.
Alguna ventanilla del tren estaba abierta y le daba permiso al viento, la mujer que amaba seguía acostada en mis piernas, le volaban los pelos y la pollera, se descubrían las piernas, juveniles, dispuestas. La marcha fue aminorando, llegábamos a algún lado. La desperté de a poquito, con ternura, le di un beso en la frente, estaba un poco traspirada y algunos pelos se le pegaban en los cachetes, era hermosa.
–¿Llegamos? – me preguntó en un ronroneo – y le dije que sí, en secreto. El tren se convirtió en a una estación terminal majestuosa, ramas de acero crecían para formar una cúpula brillante, un cielo de vidrio.
Hoy me desperté feliz, hacía mucho que no dormía tan bien acompañado. Fui a comprar medialunas y batí dos cafés con leche, quedaron ricos, espumosos. Mi amiga, sin darse cuenta de su belleza, robaba pequeños sorbos de la taza y miraba las medialunas con cara de dormida. Nos hicimos algunos mimos más y se fue contenta y apurada, llegaba tarde al trabajo. Yo me quedé lavando los platos de la noche anterior y me perdí en la ventana. Lenta pero exponencialmente la felicidad fue mutando en una aprensión devastadora. Los chicos correteando entre los timbres del recreo, las palomas caminando por los cables, las antenas de televisión interminables, los tanques de agua, las exactas hojas de los árboles.
Entendí la gravedad de perder la posibilidad de elegir. Empecé a considerarme víctima de una maldición irónica y malévola. Me suprimieron la libertad de llegar tarde, de faltar. Estaba condenado a cumplir sin resistencia. ¿Vale la pena vivir así? Salté por la ventana en mis ideas y fui devorado por un vértigo oscuro e infinito. Lo sentí tan real que se hizo físico y mis piernas se evaporaron en un pantano. Quería salir, romper el tiempo, pero era tarde, caí al piso y el universo se convirtió en péndulo. El miedo me intoxicó ahogándome en mi propio susto. Primero se encendió el silencio y después se apagó la luz en un último destello de calma fetal.
La cúpula partía el sol en millones de reflejos y los desparramaba por toda la estación. Había olor a biscochuelo recién sacado del horno y café de máquina. Los sonidos pedían permiso, eran amables.
–¿Qué es este lugar? – me preguntó mientras se apoyaba contra mi brazo.
–Es donde siempre quise estar – le respondí al oído –.
–¿Es otro mundo?
–No sé, vamos a ver.
Sonreía chiquito conteniendo los labios, yo los tenía bien estudiados. Me miraba de reojo con complicidad y apretaba mi mano en las suyas, gorditas y traviesas. Era más encantadora que nunca. Salimos de la estación bailando, corriendo, jugando. Nos encontramos con un bosque añejado de árboles de fábula y edificios orgánicos. Paramos en una fuente a descansar, estábamos agitados, ella se mojó la cara en el agua fresca y yo le acomodé el pelo con un gesto mínimo que fue transformándose en caricia y abrazo.
Mi departamento tiene piso de pequeñas maderas encastradas, pero muchas están sueltas. Cuando me incorporé tenía dos maderitas pegoteadas con baba al cachete. Las sombras de dos colegialas a cuadros caminaban por la muralla de ladrillos del colegio, algunas palomas cruzaron volando entre sol de la tarde y los edificios, eran las cinco menos cuarto.
Tenía turno con vos a las cinco y diez, salí tranquilo y vine caminando, quince cuadras, un poco más de un minuto por cuadra. Doblé la última esquina justo a tiempo. Tengo cachetes grandes y cuando sonrío fuerte aparecen unas rayitas que me rodean el ojo, son rayitas de felicidad. Cinco y nueve toqué el portero con la alegría de haber elegido llegar temprano.

El psicólogo accionó su sillón mecánico y en un movimiento pasó de la posición de atención a la de relajado –¿Nos vemos el viernes que viene seis y diez?– preguntó afirmando con voz profesional y concluyó en una mueca de triunfo. Apretón de manos, botón para llamar el ascensor, botón para bajar (PB), buscar al portero para que abra la puerta (CERRAR CON LLAVE LAS 24 HORAS) y saludar agachando la cabeza –Buenas tardes –.
A lo lejos había motores, pasajeros, taxímetros corriendo, máquinas expendedoras, semáforos con tipitos titilando, bocas de tormenta sedientas, sendas peatonales despeinadas, carteles que venden Shampoo para el verano, una mujer de lindas piernas, un nene inspeccionando su zapatilla, dos viejas charlando. Su propio mundo, sus propios detalles.

Dibujo por: K2man.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias loquito :)

Me alegro de verdad que te haya gustado.
Para mí es el más lindo que hice hasta ahora en mi vida...
Porque lo ví así en mi cabeza y lo pude plasmar tal cual vino desde adentro. Sabés lo mucho que eso significa para mí.

Nostalgia que viaja en tren, en boleto de ida esto que escribiste.

Te abrazo con forma de remolino de agua. Y te deseo rayitas de felicidad.

[Saori] dijo...

hola, es la primera vez que llego a un lugar tan hermoso ^^ llevo ya un buen rato leyendote y solo puedo decir que en algunas cosas me identifico y que otras mas me encantaron, creo que tienes una nueva fan jeje, hasta pronto y deseo que estes bien. xoxo

nebulosa dijo...

idealizado, verídico o idealizado/verídico, hermoso igual.

otroviaje dijo...

Me gusto el texto, doy fe que es verídico.
Con respecto al “nunca es tarde”, no estoy de acuerdo, a veces si es tarde, y muy.

Beso

Te quiero

Anónimo dijo...

a veces tarde, puede significar nunca. y el tiempo que avanza en un mundo con sus propios detalles, puede nunca llegar a encontrarse con el otro mundo con sus propios detalles.

Lo. dijo...

:)
Amigo oscurito, te extraño. No quería hacerlo, pero voy a ponerme insistente para vernos. El que avisa no es traidor (o densa en este caso)
Tengo que contarte tanto, tanto, tanto.
Adelanto: talvez emigre a Miami.

lexi dijo...

me encantó!
y si es cierto... somos vecinos, ja!
salu2

égona dijo...

leeerte es como mirar a través de un vagón, no creo que entiendas pero es surrrrreal